Poesías de Ahigal de Villarino
José María García Gil, oriundo de Iruelos y gran conocedor de las tierras de Ahigal, ha escrito varios libros de poesía. En ellos no sólo habla del gran amor que profesa a su pueblo sino también el cariño que tiene a Ahigal donde pasó temporadas trabajando. Aquí dejo alguna de sus poesías sobre Ahigal, donde se describen parajes de la zona.
NAVARREDONDA DE
AHIGAL
Navarredonda se llamaba,
no habrá cambiado de nombre,
allí se extendían las parvas,
para trillar por entonces.
Eran como monumentos,
que miraban hacia el norte,
eran goces y lamentos,
era la espiga dorada,
el fruto del alimento.
Canciones de los trilliques
y del hombre juramentos,
de tanto sudor pegado
a su frente y a su cuerpo.
Los erales fatigados,
sacaban la lengua fuera,
pues estaban muy cansados,
de dar vueltas y mas vueltas.
A las cinco de la tarde
se soltaban las parejas,
para marchar a los valles,
para reponer las fuerzas.
La parva se recogía,
con precisión y destreza,
formando un pez muy derecho,
donde el aire más arrecia.
Si el viento era favorable
en la mañana temprano,
el mozo que en la era duerme,
corre hasta el pueblo a contarlo,
y todos vienen deprisa,
con sueño pero rezando
para que el viento no pare,
para así poder limpiarlo,
con la paja en una parte
y el grano para otro lado.
Ya cuando el sol se ocultaba,
allá por el horizonte,
el grano se metía en casa,
en la panera del doble.
Los bueyes engalanados
tocando los esquilones
Iban tirando del carro,
siguiendo los roderones.
Doce costales llevaban,
llenos de fruto sagrado,
el sudor de muchos días,
de la gente derramado,
una recompensa humilde,
de tantos días de trabajo.
LA FUENTE LA HORMIGA
Entre piornos y
bolagas,
en el campo del
manzano,
allí estás tú
camuflada,
tú eres la imagen
sagrada
compañera de la
helada.
Junto a la raya la
Zarza,
entre tomillo y
magarza
está la fuente La
Hormiga,
con un manantial que
canta.
Canta alegre en
primavera,
y la sed pronto la
calma,
ella riega la pradera
y quita penas del
alma.
Da vida al páramo
inerte
en la tierra parda y
seca,
y en su pequeño
torrente
su nobleza se
refleja.
Alguna pequeña rana
canta,
cuando el sol ya se
marchita,
y la fuente al oír su
canto,
está encantada, y se
excita.
Hay un conejo que
bebe
donde la fuente vomita,
y después sale
corriendo
a meterse en su camita.
La fuente está triste
y sola,
su pena llora en
silencio,
solo una roja
amapola,
sabe de su sufrimiento.
Sufre por la soledad,
recordando aquellos
tiempos,
que la iban a visitar
segadores y labriegos.
Querida fuente La
Hormiga,
no sé si sigues
viviendo,
buscaré que alguien me diga
si estás donde te
recuerdo.
Siempre estás en mi
memoria
como la helada en
invierno,
eres parte de la
historia
que almacena mi
cerebro.
DORMIR EN LA ERA
El techo era el
firmamento,
todo de estrellas
bordado,
era un placer el
momento,
de tumbarse sobre el
balago,
querías contar
estrellas,
pero te podía el
cansancio.
De repente una corría
y se fundía en el
espacio.
Yo nunca me olvidaré,
de aquellas noches al
raso,
era como un dulce sueño
al que estabas
abrazado;
era la luz de tus
sueños
de tu juventud
henchida,
cuando todo lo veías
con tantísima alegría.
Sonando con una moza
que ella a ti no te quería;
y to estabas
convencido
que era parte de tu
vida.
Como un tronco te
quedabas,
tapado hasta las
rodillas,
con la paja ya
trillada
que te servia de
almohadilla.
Los perros eran
ovillos,
envueltos entre la
paja
que descansaban
tranquilos
y tus pies te calentaban.
Un ladrido de repente
y carrera desbocada
a pesar de la fatiga,
rápido te levantabas.
Eran las yeguas
cerriles
que venían hacia las
parvas,
que querían comer el
trigo
para llenarse la
panza,
pero los perros y
mozos,
ahuyentaban los
equinos
hasta la raya la
Zarza.
Navarredonda era una
era,
perdón por la
redundancia
que guardaba nuestros
sueños,
entre paredes y
zarzas.
Me acuerdo de las
trillicas
y mozas ya bien
formadas,
que con un pañuelo
blanco
tapaban toda su cara,
por no ponerse
morenas,
y estar blancas en
Santa Águeda.
Era como una condena,
nunca enseñaban la
cara,
sólo alumbraban dos
ojos
que eran luceros del
alba.
Que cosas en aquel
tiempo,
y como los arios pasan
hoy las chicas en
verano,
están morenas y
entonces
querían ser blancas.
Yo entonces ya era
moreno
y moreno soy ahora,
entonces ya no era
bueno
ni tampoco soy ahora,
pero llevo los
recuerdos
de mi juventud lejana
grabados en mi cabeza
en mi pecho y en mi
alma.
Este pequeño homenaje
a Navarredonda de
Ahigal
es un tiempo de
lectura
al que lo quiera
tomar,
es la nostalgia añorada
de aquellos años de
gozo,
es la noche iluminada
de la luna en los
rastrojos,
es la retina
escondida
que quiere salir a
fuera
para beber de los
vientos
de Ahigal y de su
ribera.
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